Los zapotecos se autodenominan Binnizá (binni, gente; zá, nube: gente que proviene de las nubes). Para los mexicas, los zapotecos eran los zapotecatl, “gente que proviene de la región de Teozapotlán”, o “lugar de los dioses”. Su tradición está muy viva y presente en la actualidad.
Ellos cuentan que antes los animales hablaban. Se contaban historias, se cambiaban el chocolate y el maíz, se deseaban buenos días y buenas noches, preguntaban unos a otros por sus hijos, se consolaban o se hacían burlas unos a otros, cuando bebían el mezcal. Eso fue hace mucho tiempo y hoy en día han olvidado la lengua de los hombres, ahora son mudos y miran sin conocer, pues es en la lengua de los hombres donde descansa la inteligencia de las cosas.
Dicen que antes el conejo quería crecer. Estaba cansado de ser pequeño y huidizo, siempre nervioso y atento, cuidándose de los hombres y animales que se lo podrían comer con facilidad de no ser por su felicidad. El conejo fue a la casa de Dios y le pidió que le hiciera crecer, alto y fuerte, no tendría más de qué temer. Dios le dijo que le haría crecer si le traía la piel de un jaguar, de un mono, de una serpiente y un cocodrilo. La tarea era difícil para alguien tan pequeño como el conejo, pero este no se asustó y decidió poner en ella todo su empeño y astucia, pues el conejo es el animal más astuto de los que aun camina sobre la tierra.
El conejo fue a ver primero al jaguar. “Dios me contó un secreto” le dijo quedito, como quien cuenta un secreto de verdad. El Jaguar, picado por la curiosidad quiso saber de qué se trataba. Tras muchos ruegos y zalamerías, el conejo aceptó, y le dijo: “vendrá un gran huracán que se llevará todas las cosas, los agaves y las chozas, los hombres y los animales. Yo me salvaré porque soy pequeño y me esconderé en un agujero. Pero tú, ¿qué será de ti? ¡Ay, pobre jaguar!” Una gruesa lagrima corrió por entre los bigotes del jaguar. “Sólo se me ocurre una manera de salvarte”, ofreció el conejo. “Buscaremos un árbol de fuertes raíces, las más hundidas en la tierra, allí te ataré con mucha fuerza, vendrá el huracán y no podrá llevarte”. El jaguar acepto y una vez amarrado, el conejo lo mató de un garrotazo y le quito la piel.
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